Ahí, delante de él, no podía llegar a sospechar lo que tanto esfuerzo le costaba contarme. Había llegado a casa de Marcus con el frío del invierno, con las calles nevadas y blancas, preciosas, pero tristes. Tristes para mí, que tan solo suspiraba por volver a ver la luz en los ojos de Marcus, la persona a la que amaba. La persona por la que tanto había sufrido, tanto había aprendido y con el que tanto había crecido mi amor.
—¿Dónde estabas? —fue la primera pregunta que me hizo.
Aunque sabía que no podía verme, desvié la mirada hacia otro lado, no era capaz de mirarlo.
—En casa de Aaron —respondí.
Él alargó las facciones de su rostro durante un segundo casi imperceptible, sorprendido, dolido, como si una pequeña aguja realmente fina hubiera atravesado algún tejido de su frágil corazón. Habló despacio.
—¿Aquel compañero tuyo de la universidad? —preguntó.
No lo soporté, lo miré, con los ojos tristes, sufrían.
—Él no es compañero mío. Lo conocí el día de la fiesta de la playa. Nos acostamos aquella noche —dije.
Me sentí mucho mejor, tendría que habérselo contado mucho antes.
El silencio se apoderó de los dos durante unos minutos.
—¿Por qué… por qué no me lo contaste? —preguntó Marcus.
—Pensé que te molestaría —respondí.
Marcus se acercó hasta un sofá y se sentó. Nos encontrábamos en su salón. Yo me encontraba de pie, no me apetecía sentarme.
—Por aquel entonces… no estábamos juntos, ¿por qué debería de molestarme?
—No lo sé.
—Pero ahora… si estamos juntos. ¿Qué hacías en su casa? —preguntó con cautela.
No parecía estar enfadado, se le veía decaído. Cansado. Las ojeras se le marcaban y había adelgazado.
—Estoy preocupada por ti. Y tú nunca quieres hablar, contarme que es lo que te pasa. Necesitaba desahogarme con alguien. Una persona que no fuera cercana a ti. Para poder sentir una vía de escape en la que poder relajarme un poco. Tan solo hablamos. Simplemente lloré. Y él tan solo me abrazó —dije.
Noté como Marcus apretaba un poco los puños al escuchar que me había abrazado.
Suspiró, agotado y frágil.
—Jelly. Estoy enfermo. Me estoy muriendo —dijo de repente.
En aquel momento, sus palabras se repitieron en mi mente de forma lejana. Mis ojos miraron a la ventana y observaron el respaldo del banco del porche delantero que asomaba por ella. Sentí cómo algo húmedo mojaba mi rostro. Acerqué uno de mis dedos hasta atrapar la lágrima que acababa de caer. La observé y la apreté en mi puño con fuerza. Me dejé caer en el sofá. Marcus notó mi peso caer a un metro de él.
—No te lo he contado antes porque no es fácil. Tenía que tener las cosas claras. Ahora las tengo. Me voy, Jelly, a otra ciudad que dicen que pueden tratarme esta enfermedad y con un poco de suerte, podría mejorar. Pero sospecho que será un intento inútil. Pero mi familia me apoya y me anima a intentarlo. Espero que tú también —Se acercó hasta a mí, tanteando con las manos por el sofá hasta encontrarme.
—Claro que también tienes mi apoyo —es lo único que fui capaz de decir— ¿y cuándo nos vamos a esa ciudad?
—Tú no vendrás. Esto se termina aquí, Jelly.
—¿Qué? Eso no es cierto. No puedes estar hablando enserio.
—Jelly, escucha. Va a ser un proceso duro. Me tendrías que ver de formas lamentables. No podré llevar una vida normal. Es un tratamiento realmente duro. Sería un sufrimiento para ti. Además… —aquí se detuvo un momento antes de seguir—, aquí tienes tu trabajo y tienes a Aaron— finalizó.
—¿Aaron? ¿pero qué tonterías estás diciendo?
Sujetó mis manos.
—No llegaste tarde tú a mí, fui yo quien llegó tarde a ti. Ya había entrado otro en tu corazón. Lo sé. Aunque intentes negártelo. No puedo verte, pero sí puedo sentir tu alma.
El cielo estaba gris, como de costumbre en aquella época de otoño. Subí a la azotea de mi casa para recoger la ropa tendida, pues pronto empezaría a llover. Mientras recogía una sábana, recordé uno de los días en los que Marcus y yo habíamos jugado al mundo imaginario. Me acerqué hasta un pequeño altar que había de ladrillos a un lado de la azotea y me senté en él. Me tapé con la sábana hasta la cabeza.
—Jelly. Si no entras, pronto empezará a llover y te mojarás —escuché decir a Aaron en la puerta de la azotea.
—Enseguida entro.
Aaron volvió dentro, dejándome un momento más sola. Habían pasado ya cinco años, desde que Marcus se había ido para siempre. Me destapé la cara dejándomela rodeada por la sábana. Miré el horizonte lleno de tejados. Las nubes grises. Aún tenía en mi cabeza aquellas últimas palabras que me envió en una carta. Escrita con torpeza y mala letra. Comenzó a llover. Escuché y sentí la lluvia caer sobre mí mientras su carta volvía a mi mente:
(Dale al vídeo y páralo cuando termines de leer, si quieres, pues son 2h de vídeo)
Me marcho, con estas palabras me despido. Con el baile de la muerte me alejo.
Jelly, mi amor, la mujer que tanta luz me dio, la única que la visión me alcanzó. Serás el recuerdo siempre guardado en la memoria de este difunto corazón. Y mientras estas palabras escribo, el aliento me abandona con cada suspiro, pues el cuerpo se deleita ante mí con tímido agotamiento y torpes movimientos. Mis manos intentan aguantar éste último esfuerzo.
Y mientras lloro mis últimas lágrimas de vida, el suave rumor del viento me calma, me mece en una templanza envolvente de la que me será difícil despertar. ¿No es en estos momentos en los que todos deben ver la luz del final? Pues es la única vez que solo veo oscuridad.
Mi amor, mi dulce mujer de cirios. Jamás te abandonaré, pues siempre podrás verme en nuestro rincón favorito, con la Vista Imaginaria.
Te ama siempre,
Marcus.
P.D.: Sé feliz.
La lluvia rodó por mi rostro. Mientras yo veía en un rincón de la azotea la imagen de Marcus, sonriéndome. Siempre podré seguir viéndote, mientras tenga la Vista Imaginaria.