Llegar hasta ti (Capitulo 5)

Publicado: 30 noviembre, 2014 en Llegar hasta ti
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Dani no se había tomado muy bien la noticia. Podía entenderle. Habíamos comenzado a vivir hacía poco juntos y ahora tendríamos que separarnos de nuevo.

Era 24 de diciembre, nochebuena. Las calles de Toledo estaban abarrotadas de gente. La plaza Zocodover y sus calles estrechas estaban iluminadas por la magia de la navidad. Dani y yo habíamos salido a dar un paseo para ver de cerca el ambiente festivo de aquella fecha.

Sentí como Dani no paraba de observarme.

      — ¿Qué pasa? – Pregunté con una sonrisa tímida.

      — Nada, es solo que me encanta mirarte. – Me dijo con una mirada tierna.

      — Vas a sacarme los colores.

       — Es lo que estoy intentando. – Me dijo.

       — Eres imposible. – Dije riendo.

Me gustaba ese lado bromista y tierno que tenía Dani. Hacía que me olvidara de todo lo demás. Era agradable percibir su mano alrededor de mi cintura. Rodeándome con firmeza pero a la vez con dulzura. Una mezcla que conseguía crear una protección en mis sentimientos.

Mi cabeza llegaba a la altura de sus hombros, por lo que la apoyaba a menudo. De pronto se detuvo y me sujetó con suavidad la barbilla, alzándome la mirada para clavarla en sus ojos.

      — Va a ser un comienzo de año muy triste, te vas a llevar la magia de Toledo contigo, porque para mí la magia eres tú. Desde que supiste que te ibas, estás más ausente y seria. Asique por favor Leila, intenta disfrutar de verdad de los días que nos quedan por estar juntos. Permíteme continuar viendo la magia hasta que te vayas. – Me dijo Dani.

Asentí en silencio, me había dejado sin palabras.

        — Prométemelo.

        — Te lo prometo.

Fueron unas navidades inolvidables a su lado. Incluso en ocasiones olvidaba que en unos días ya no estaría ahí.

Llegó fin de año. Nos encontrábamos en casa de mis padres con la familia. Todos preparados para tomar las doce uvas de la suerte. Pero justo antes de comenzar a comerlas, Dani me detuvo.

         — No nos las tomemos. – Me dijo de pronto.

         — ¿Por qué? – Pregunté.

      — Porque si de verdad estamos destinados a tener suerte, esto no lo necesitamos. – Me sujetó una mano con fuerza. – Confiemos juntos en nuestra suerte. – Me dijo sonriendo.

Cada día se me hacía más duro irme a Nueva York. Aquellos últimos días me había llegado a unir mucho más con Dani. Cada día era mejor que el anterior con él.

Pero dos días antes de mi partida, me pilló por sorpresa una pregunta.

          — ¿Él está allí verdad? – Me preguntó Dani.

Yo estaba terminando de preparar el equipaje.

          — Sí. – Dije simplemente.

“¿Por qué todos os empeñáis en hablar de él?”, pensé molesta. Continué haciendo el equipaje simulando no haberle dado importancia.

         — ¿Vas a ir a visitarle?

Respondí con un gran suspiro cansado.

        — No lo sé. ¿Importa eso? – Pregunté.

        — Sí. – Respondió él.

Me detuve durante un momento, después le miré.

        — ¿Qué quieres que te diga Dani? – Le pregunté sin comprender a donde quería llegar con aquella conversación.

Me sujetó la mirada con firmeza.

        — Quiero que me digas que no vas a verle.

No le respondí, desvié la mirada y continué haciendo el equipaje.

      — ¿Quieres que te recuerde cómo estabas cuando te conocí? ¿Quieres que te recuerde que apenas hablabas con nadie y perdiste el apetito?

     — Eso no tiene nada que ver. Si voy a verle será porque es como de la familia. Él… él me considera como una hermana. – Dije con seriedad, aunque sonó poco convincente.

Dani puso cara de sorpresa.

       — ¿Cómo su hermana? – Dijo con una entonación incrédula.

       — Dani, en serio, no tienes de qué preocuparte, confía en mí. – Le dije más calmada para rebajar el ambiente que se había formado entre los dos.

Entonces se acercó hasta mí y me abrazó. Me dio un suave beso en el cabello.

        — Confío en ti. Pero temo perderte. ¿Acaso tener ese sentimiento es malo? – Me susurró al oído.

Me alzó la mirada hasta llegar a la suya.

      — Recuerdo como hace un año te vi por primera vez apoyada en la baranda del puente que cruza el río. Había nevado. La mirada la tenías perdida y triste. Y vi como cogías con la yema de tu dedo una lágrima que en ese momento estabas derramando. Y de pronto la dejaste caer al río. – Me dijo en voz baja, para que solo nosotros dos compartiéramos aquel recuerdo.

Sonreí al rememorar aquel día, apoyé mi cabeza en su pecho.

       — Todavía puedo acordarme lo primero que me dijiste cuando te acercaste a mí. “Con solo una lágrima no vas hacer crecer el río, por lo que no merece la pena que derrames ninguna”. – Dije repitiendo con cariño las palabras que en aquella ocasión me había dicho él.

        — Leila, – me dijo en voz más alta y apartándome un poco para mirarme a la cara. – No sé lo que pasara entre él y tú, pero a mí no puedes engañarme, algo ocurrió para que estuvieras así.

Desvié la mirada para que no pudiera leer en ella.

        — No esquives mi mirada, mírame y escucha por favor. – Me dijo con firmeza.

Lo miré.

       — Lo único que puedo hacer yo es esperar a que vuelvas. – Hubo un fuerte silencio, hasta que volvió a hablar. – No hagas ninguna tontería. – Esta vez, lo había dicho con la mirada llena de miedo.

No lo había dicho como una orden, sino como un deseo.

Por fin llegó el día de mi partida. Mi familia y Dani me acompañaron hasta el aeropuerto para despedirme. No pensé que sería tan duro aquel momento.

María me abrazó con fuerza. De pronto me apartó un poco de los demás y en voz baja me dijo:

       — Ayer recibí un mensaje de Javi desde un número diferente. Me preguntó por todos y especialmente por ti. Después de decirle qué tal estábamos, me dijo que no te contara que había contactado conmigo.

Aquella noticia me descolocó.

         — ¿Entonces por qué me lo cuentas? – Pregunté.

       — Porque pensaba que debías saberlo. Saber que él está bien y que se acuerda de todos, por si quieres ir a visitarle y arreglar lo que haya pasado entre vosotros, sino, te arrepentirás. Él no sabe qué vas. No se lo dije. Por lo que sería una sorpresa. – Me dijo.

        — María, no voy a ir a verle. – Le dije molesta.

        — ¡Leila! Cómo no te des prisa se van a ir sin ti. – Dijo Dani alzando la voz para llamar nuestra atención.

Me acerqué otra vez rápidamente hasta los demás y abracé a Dani para despedirme.

        — ¿De qué hablabais? – Me preguntó.

        — Nada, tonterías de mi hermana. – Le respondí simulando desinterés.

        — Bueno, ahora si es de verdad. Te vas. – Me dijo como si cada palabra que pronunciaba pesara demasiado.

Se acercó hasta mi oído y me susurró.

         — Que no me entere yo que intentas hacer crecer algún río de Nueva York con tus lágrimas.

Sonreí. Le miré a los ojos y le besé.

Una vez montada en el avión los nervios comenzaron a hacerse notar. Lo último que me había comunicado mi hermana no dejaba de rondar en mi cabeza. “Estúpida María, ¿por qué tuviste que decirme algo así?”, pensaba agobiada. El papel donde había escrito la dirección de Javi lo había tirado. Pero había leído tantas veces ese maldito papel, que la dirección aún la tenía fresca en mi memoria. “Dichosa memoria”, pensaba irritada. Cuanto más quieres que algo se te olvide, mejor lo recuerdas.

El viaje en avión parecía que nunca terminaría. Pero al final llegó a Nueva York.

Apenas había salido antes de mi pequeña y cómoda ciudad de Toledo, por lo que mi nueva ciudad me hizo sentir más pequeña de lo que ya era. El tráfico solo podría describirlo como una locura. Aquello parecía un hormiguero de gente. Todo estaba blanco y brillante por la nieve caída de invierno y hacía un frío que cortaba la piel y helaba la sangre. Solamente tardé una hora en llegar hasta mi nuevo piso. Era pequeño pero acogedor. La empresa se había encargado de dar la orden de tenerlo acalorado para cuando llegara, por lo que sentí que era el paraíso al pasar. Me situaba en una zona privilegiada, muy cerca de Central Park. “Y también…muy cerca de donde vivía Javi”, pensé de pronto. ¿Por qué tenía que ser toda nuestra vida igual?

Me senté en el sofá de mi nuevo salón para descansar un poco del viaje. No comenzaba a trabajar hasta el día siguiente. Para distraerme, comencé a deshacer el equipaje y a disponer todo por el piso.

Cuando había terminado, me acerqué a la cocina para ver el panorama. Se echaba en falta utensilios. También cosas imprescindibles para el baño y tenía que ir a comprar comida. Me abrigué bien y salí en busca de tiendas para comprar todo lo necesario.

Recorrí los alrededores para conocer un poco más mi barrio. Y de pronto, después de pasear durante un tiempo, vi que me encontraba en la calle de Javi. Me detuve. Sentí un dilema en mi interior e inconscientemente comencé a andar mientras en mi mente discutía conmigo misma. Hasta que llegué al número de su bloque de pisos. Me acerqué. Mi cuerpo entero estaba temblando, podría decir de excusa que era por el frío, pero estaría mintiendo. Mi corazón se aceleró. Llegué a rozar el timbre, pero no a pulsarlo. Lo pensé mejor. Lo más sensato que podía hacer en aquel momento era irme.

           — ¿Leila?

Escuché la voz de Javi pronunciar mi nombre a mi espalda cuando tan solo había avanzado unos pasos alejándome. Me detuve en el acto. Lentamente me fui girando y ahí estaba, frente a mí.

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